Nomadland

Cuando me senté en el sofá a mirar Nomadland sabía que me iba a encontrar una buena película. No cualquiera se lleva el Oscar a Mejor Película, ¿no? Y en eso no me equivoqué. También pensé que me iba a encontrar una película sobre las fases de un duelo, sobre una forma de llevar la pérdida de alguien cercano. Y en eso… no estuve lejos, pero de eso no se trata exactamente esta obra de arte.

Chloé Zhao, la directora de la película, presenta un mundo que más o menos todos conocemos -no por algo el cine norteamericano es el más consumido- con ojos originales. Donde otros contarían esta historia como el fracaso del “sueño americano”, Chloé nos la cuenta como otra forma de vivir, ni mejor ni peor, pero ciertamente desapegada de lo material y del futuro. Donde otros interpretarían el arco evolutivo de un personaje con una vida triste, Frances McDormand no lo interpreta: simplemente es. Una actuación en la cual dicen más los silencios que los diálogos -y eso es decir mucho, porque el guión tiene unos diálogos sublimes- merece de sobra cualquier premio al que pueda aspirar.

Es en esos silencios cuando te das cuenta de que la historia no va sobre el duelo. Al fin y al cabo, los nómadas viven una realidad en la que cada persona que se cruza en el camino también ha perdido a alguien o algo importante, y la vida sigue. De que «casa» y «hogar» son cosas bien distintas. De aceptar que la vida no se trata de seguir las pautas de lo establecido por la sociedad, de eso va Nomadland. No existe “lo correcto”. O mejor dicho: ¿quién decide qué es lo correcto?

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