La mente (o mi mente, tampoco voy a hablar por los demás) es como el monstruo de las galletas. Siempre está hambrienta. Siempre.
Y acepta galletas de todo tipo. Lo que aprendemos en el trabajo, lo que sentimos en nuestras interacciones diarias, lo que leemos, lo que escuchamos, lo que soñamos. Necesitamos algún tipo de combustible para funcionar, para estar bien.
Pero todos tenemos algún sabor de galleta favorito, ¿no? A mí me gustan las galletas que me dan energía para crear. Crear: ¡qué verbo más complicado! Porque a mí estos días me gusta crear canciones, crear novelas. «Pero eso no da dinero», me han dicho. Y tienen razón.
Monetizar los hobbies… parece obligatorio ahora. ¿No puedo acaso dedicar mi tiempo libre a crear cosas sólo por el hecho de que me hace bien? Y si luego quiero compartirlo, y si luego los demás quieren ser parte: bienvenidos. Pero esas son las galletas que mi monstruo necesita. Y no me gustan las dietas.