La vaca Frida era el animal más exitoso de toda la granja. Su leche era la materia para los mejores productos lácteos de todo el pueblo y por eso el granjero Wolfgang cuidaba de ella como si fuera una reina. La limpiaba a diario, le daba mucha comida y le tenía reservado el establo más amplio y más cómodo. Todos los otros animales de la granja admiraban a Frida, la tenían como referente y, en todo aquello que fuera posible, intentaban imitarla. A la vaca le encantaba sentirse así de querida.
Una mañana, después de decorar su cabeza con una corona de pequeñas flores de la pradera que contrastaban con el blanco y negro de su pelaje, la vaca Frida salió a dar un paseo por los caminos de la granja. Era de los pocos animales que podía andar a sus anchas. La mayoría permanecían en sus lotes cercados. Por allí, apoyada en uno de los postes de madera del alambrado, había una rata que jamás había visto. Estaba sucia y tenía los bigotes torcidos.
—Perdone, estimada vaca, tengo muchísima hambre pero nada para comer. ¿Podría ser tan amable de darme alguna sobra?
Frida, que siempre llevaba uno de sus quesos en el bolso para alardear de su calidad, estaba a punto de decirle que no, cuando notó que el rebaño de ovejas los observaba y habían oído el pedido.
—¡Por supuesto que sí, pequeña rata! Toma. —sacó el queso y se lo dio con un movimiento pomposo.
—¡Muchas gracias, estimada vaca! Mi agradecimiento es infinito.
Frida, antes de retomar su paseo, miró de reojo a las ovejas. Las oyó decir:
—¡Oh! ¡Qué bondadosa es la vaca Frida! ¡Ojalá pudiéramos ser como ella!
Orgullosa, prosiguió su marcha durante un tiempo y luego volvió al establo.
Al otro día, después de atarse unas cintas de colores en la cola que le daban un aspecto fresco y juvenil, la vaca Frida salió a dar su paseo. Cuando llegó al poste del día anterior, la rata de mal aspecto estaba de nuevo a allí.
—Perdone, estimada vaca, tengo tanta hambre que el queso de ayer no ha sido suficiente. ¿Podría ser tan amable de darme algo más?
Frida, que no salía sin un queso en el bolso, se fijó en que las gallinas andaban buscando semillas por allí y los miraban interesados.
—¡Por supuesto que sí, pequeña rata! Toma. —sacó el queso y se lo dio con un movimiento más pomposo que el día anterior. Casi como una reverencia.
—¡Muchas gracias, estimada vaca! Mi agradecimiento es más infinito.
Frida, antes de retomar su paseo, miró de reojo a las gallinas. Las oyó decir:
—¡Oh! ¡Qué solidaria es la vaca Frida! ¡Ojalá pudiéramos ser como ella!
Orgullosa, prosiguió su marcha durante un tiempo y luego volvió al establo.
Al día siguiente, después de ponerse unas mariquitas como pendientes que le daban un aire ecologista, la vaca Frida salió a dar su paseo. Cuando llegó al poste de los días anteriores, la rata maloliente estaba allí otra vez.
—Perdone, estimada vaca, no sabe lo dura que ha sido mi vida. Mi hambre es interminable. ¿Podría ser tan amable de darme un queso?
Frida, al ver que los cerdos andaban revolcándose por unos lodos cercanos, no vio otra escapatoria más que ayudar otra vez al desgraciado roedor.
—¡Por supuesto que sí, pequeña rata! Toma. —sacó el delicioso lácteo y se lo dio con un movimiento tan pomposo que casi roza el suelo.
—¡Muchas gracias, estimada vaca! Mi agradecimiento es infinito multiplicado por infinito.
Frida, antes de retomar su paseo, miró de reojo a los cerdos. Los oyó decir:
—¡Oh! ¡Qué generosa es la vaca Frida! ¡Ojalá pudiéramos ser como ella!
Orgullosa, prosiguió su marcha durante un tiempo y luego volvió al establo.
Frida siguió dándole queso a la rata por varias semanas.
Un día, en el lugar donde siempre estaba la rata, había un joven hornero de alas caídas y mirada triste. Cuando Frida pasaba por allí, el ave le habló:
—Perdone, estimada vaca, estoy buscando a una rata que me han dicho que siempre está aquí por las mañanas. ¿Sabe de quién hablo? ¿Podría ayudarme?
Frida miró alrededor y nadie estaba observando: ni las ovejas, ni las gallinas, ni los cerdos.
—Lo siento, hornero, tengo mucha prisa. No puedo ayudarte. —y prosiguió con pasos rápidos su paseo.
Esa misma tarde, mientras Wolfgang la ordeñaba, el viejo loro, que ya casi no le quedaban plumas pero que conocía todo lo que sucedía en la granja y en sus alrededores, se acercó a Ringo, el perro del granjero, que cuidaba a su amo y nunca se separaba de él. La vaca Frida escuchó la conversación:
—Me encontré a un pobre hornero esta mañana, buscaba a una rata bandida.
—Yo no he visto ninguna rata por aquí. —ladró Ringo.
—La rata le destruyó el nido de barro al hornero. Estaba casi terminado. Quería comenzar una familia allí.
—¿Y por qué ha destruido la rata el nido?
—Porque quería poner un local de venta de queso y decía que ese era el mejor lugar. Dicen que sus quesos son tan buenos como los de Wolfgang, pero cuestan la mitad.
Frida se sorprendió mucho con el destino de las donaciones que le hacía a la rata. Pensaba que estaba ayudando a alguien con hambre.
La mañana siguiente, sin arreglarse demasiado, la vaca Frida pasó de nuevo por donde solía estar la rata.
—Perdone, estimada vaca, mis penurias jamás acaban y el hambre va conmigo allá donde voy. ¿Podría ser tan amable de darme ese queso que siempre lleva en el bolso?
Las ovejas, las gallinas y los cerdos miraban expectantes. Casi ni pestañeaban. Frida, cegada por las alabanzas, decidió guardar el turbio secreto de la rata.
—¡Por supuesto que sí, pequeña rata! Toma. —y le arrojó el queso sin florituras.
—¡Muchas gracias, estimada vaca! Mi agradecimiento es tan infinitamente infinito que ya no puede ser descrito en palabras.
Todos los animales aclamaron:
—¡Oh! ¡No hay nadie más amable que la vaca Frida! ¡Ojalá pudiéramos ser como ella!
El hornero, desde lo alto de un ombú, observó cómo la vaca ayudaba a la rata y se sintió muy decepcionado. Pensó en ir a contarle al viejo loro lo que había visto, para que éste le contara a Ringo, el perro, y este, a su vez, al granjero Wolfgang. Sin embargo, luego de pensarlo dos veces, decidió volar de allí y construir un nuevo nido en otro lugar.
Los días siguieron pasando y Frida, ante la mirada admirada del resto de los animales, mostró su benevolencia dándole un queso por día a la rata.
Mientras tanto, notaba que algo no iba bien en la granja: sus baños eran más cortos, las raciones de comidas no eran tan cuantiosas y, lo que ya fue el colmo: una vaca más joven entró a compartir su exclusivo establo.
Visiblemente preocupada, la vaca Frida se acercó a Ringo, el perro del granjero:
—¿Qué está pasando en la granja, Ringo?
—Wolfgang ha tenido que bajar los precios del queso para competir contra una exitosa rata que se ha metido en el negocio, y ahora no tiene tanto dinero como para mantener la granja tan estupendamente como antes. Con el poco dinero que le quedaba se ha comprado una vaca nueva, a ver si consigue hacer un queso mejor y de esa forma reflotar sus finanzas.
La vaca Frida se dio cuenta de los problemas que estaba causando al ayudar a la rata. Sin embargo, tenía dudas de cómo actuar: si dejaba de darle queso públicamente, los otros animales ya no hablarían tan bien de ella, y a ella los elogios le encantaban. Pero si no lo hacía, la calidad de su vida empeoraría junto a la del resto de la granja.
Mientras pensaba qué hacer, vio un punto verde que se acercaba desde el cielo. Era el viejo loro, que aterrizó ansioso junto a la caseta de Ringo.
—¡Ha sido la vaca Frida! ¡Ha sido la vaca Frida! —dijo con grito de loro.
—¿Cómo?
—Que es ella, la vaca Frida, la que le da los quesos a la rata. ¡Por eso son igual de buenos que los de Wolfgang!
—Pero, ¿cómo sabes tú eso, loro parlanchín? ¿No te lo estarás inventando?
—Todos los animales de la granja hablan de lo generosa, solidaria, bondadosa y amable que es la vaca Frida al regalarle un queso a una rata sucia y hambrienta.
—¿No será otra rata?
—No, es la misma. Cuando le dan el queso, la rata se baña, se arregla los bigotes torcidos y se peina en el palacio que ha construido poco a poco con sus ganancias. Parece una rata distinta pero es la misma.
Ringo fue ladrando directo al granjero. Frida, desesperada, corrió también para dar su versión de los hechos, pero era más lenta y llegó en segundo lugar.
Wolfgang, decepcionado, vendió a la vaca Frida a otra granja de la zona.
Todavía sin poder creer la mala suerte que había tenido, Frida llegó a su nuevo hogar, donde las ovejas, los cerdos y las gallinas no conocían su generosidad. Mientras pastaba, vio que en un poste se erigía un nido de barro. Se acercó un poco, y allí vio al joven hornero que no había querido ayudar. Estaba con su esposa hornera y con su pichón hornero. Se les veía felices.
—Bienvenida a la granja de Amadeus, si necesita ayuda no dude en solicitarla, que aquí estaremos mi familia y yo para darle un ala.